El martes 13 de marzo fuimos a visitar las cataratas del Niágara, una pena que hubiese
sido temporada baja porque tanto el barco como los paseos por debajo de las
cataratas estaban cerrados.
La verdad es que un poco sí que importa pero, realmente, lo bonito es poder ver el enorme poder que tienen las cataratas, la cantidad de agua que baja por allí y poder pasear un poco por el parque natural que forman las cataratas y su entorno.
Lo
que sí pudimos hacer fue ir hasta el mirador y admirar la vista que tantas
veces hemos visto en alguna que otra película o serie.
Nos
sorprendió mucho comprobar que la entrada a las cataratas era gratuita. Eso sí,
fuera de la temporada baja todas las actividades que puedes hacer las tienes
que pagar y, realmente, son bien caras.
Una
de las cosas con las que nos quedamos con ganas fue el poder pasar a Canadá
para observar las cataratas del Niágara de frente pero es que para poder pasar
a Saraí le requerían visa y nos tuvimos que quedar con las ganas de pisar
Canadá por primera vez, bueno, sería la primera vez para mí porque Saraí ya
había estado viviendo en Canadá hacía un par de años en un intercambio de la
universidad.
No
sé si será la impresión de no haber podido cruzar pero a los dos nos dio la
sensación de que la vista canadiense era mejor que la estadounidense. Entre
otras cosas porque desde USA ves las cataratas de lado y desde Canadá las ves
de frente. Eso sí, las cataratas propiamente dichas están en el lado
estadounidense.
En
relación a las cataratas, decir que están separadas en tres partes: las
cataratas principales, unas un poco más pequeñas llamadas Bridal Veil (velo de
novia) y unas cataratas muy grandes e impresionantes en forma de herradura de
caballo llamadas, como no, Horse Shoe.
Una
constante durante toda la visita fue el continuo aire soplando, tuve que
pedirle las orejeras prestadas a Saraí porque no aguantaba tanto aire en mis
oídos, y el mojarse con el agua que se desprendía de las propias cataratas. Por
lo demás, el día estuvo excelente y pudimos aprovechar muy bien nuestro paseo.
Probablemente
cuando es temporada alta puedas echar el día completo en el Niágara, por todas
las atracciones y eso, pero en temporada baja, a la una de la tarde ya habíamos
caminado todo el parque y ya pudimos empezar a planear nuestra siguiente visita
del día.
Salimos
de Niágara con idea de llegar a dormir a Cleveland pero como era bastante
temprano y que íbamos a llegar a Cleveland muy pronto decidimos parar a ver un
poco de downtown Buffalo, NY. De lo poco que estuvimos por el downtown nos
quedamos con la monstruosidad de las oficinas del centro: moles enormes de
edificios en contraste con las feas casas de las zonas decadentes de la ciudad
que están justo al lado del downtown. Volvimos a experimentar esa sensación de
estar en los barrios marginales de las películas. Aunque esa sensación la
volveríamos a tener después pero a mayor escala…
Seguimos
nuestro camino al borde del lago Eire para llegar a Cleveland (realmente no
llegas a ver nunca el lago hasta llegar a Cleveland, porque, como ya he dicho,
las autopistas de pago es lo que tienen… que el paisaje queda totalmente
apartado de la carretra). Llegamos a Cleveland a las siete de la tarde con
tiempo para ver un poco del downtown y con tiempo para entrar en un restaurante
especializado en noodles y disfrutar de un cena a base de noodles mientras el
equipo de basket de Cleveland jugaba en directo en la televisión y a pocos
metros de donde nosotros estábamos cenando.
La
noche se vino encima y, con el cansancio del día, decidimos buscar un hotel
cerca de downtown para quedarnos a dormir y descansar para el día siguiente.
Por cierto, el hotel era bastante malillo pero bueno por lo menos no fue
demasiado caro.
Al
día siguiente aún teníamos que decidir nuestro destino, pero eso sería al día
siguiente…
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