Después de pasar la mayor parte del día
después de la boda descansando, Santiago nos llevó a Albuquerque a las siete de
la tarde. Vuelo hasta Las Vegas y de allí directos a Hawai’i.
Llegamos a Honolulu a las 8 de la mañana y,
con mucho sueño, fuimos a preguntar cuando nos podían dar la habitación (el
check-in era a partir de las 3 de la tarde). Nos dijeron que nos llamarían en
cuanto tuviesen la habitación lista y nosotros aprovechamos para ir a dar una
vuelta en coche por Honolulu, ir a desayunar algo a una hamburguesería de
Waikiki y a dar un pequeño paseo por la playa.
Estábamos demasiado cansados por el viaje en
avión y poco disfrutamos del primer día en Hawai’i. De hecho, a eso de las 12
de la mañana, después de haber desayunado, ir al Walmart a comprar el desayuno
de los próximos días en el hotel y dar un pequeño paseo nos fuimos a la
recepción del hotel para esperar a que nos dijesen que ya estaba todo listo
para entrar en la habitación.
Una vez que nos dieron la habitación nos
quedamos descansando para, al día siguiente, estar en condición de disfrutar de
la isla.
El día siguiente salió un poco revuelto en
Honolulu así que decidimos ir a buscar una playa paradisíaca que había visto en
mi anterior visita a la isla. Decisión acertada porque en la zona Oeste de la
isla el tiempo estaba estupendo y en la playa, tal y como la recordaba, no
había más que un par de personas y el agua estaba estupenda.
Aún quedaban muchas cosas que ver… menos mal
que aún quedaban muchos días también.