Como
ese iba a ser el último día que podíamos disfrutar de la playa, pues nos fuimos
durante la mañana a disfrutar del sol y del agua del Pacífico una vez más. A
mediodía nos fuimos al Polynesian Cultural Center, en la parte noreste de la
isla, a ver los espectáculos de las islas de Aoteraoa, Fiji, Tonga, Hawai’i y
Samoa. Después de dar una vuelta por la cultura de la polinesia fuimos a comer,
dentro del Cultural Center, a un “luau” para ver qué era eso: comida típica
hawaiana (pan de color morado, cerdo hecho a la brasa…) y un espectáculo con
grupo musical con ukeleles, cantante y bailarines moviendo las caderas, una
experiencia más.
Después
llegaría la parte divertida del show y es que habíamos comprado un paquete con
un espectáculo en la noche. Un espectáculo que me recordó muchísimo a la
espectáculo que había visto en X-caret (Cancún) y que estuvo muy bien. La
historia trataba de la vida de un recién nacido que va creciendo y va
recorriendo las isla de la polinesia. Mereció la pena estar hasta las nueve de
la noche viendo el espectáculo. Por cierto, estaba prohibido sacar fotos
durante el espectáculo.
El
sábado a las diez de la mañana tuvimos que dejar el hotel así que recogimos
toda la ropa y nos despedimos del apartamento que nos había acogido en Hawai’i
por siete días. Ya lo había dicho, pero lo voy a repetir, el apartamento estaba
espectacular: tan amplio como mi casa de Santa Fe, muy bien decorado, con una
PlayStation, con dos terrazas con vista al mar, con una cocina amueblada y
equipada con todos los utensilios necesarios y con dos teles de plasma de sabe
Dios cuántas pulgadas.
Después
del check-out nos fuimos a hacer las últimas visitas por la isla y es que, como
ya no teníamos donde ducharnos, no era plan ir a la playa a llenarse de arena.
La primera visita fue para ir a Pearl Harbor a ver el memorial de la Segunda
Guerra Mundial. No sé por qué motivo pero el barco que te lleva al USS Arizona
Memorial no estaba haciendo viajes así que nos dedicamos a pasear y a leer un
poco de la historia del lugar. La novedad, con respecto a mi última visita, es
que ya habían abierto un par de edificios nuevos con explicaciones de lo
sucedido antes y durante la guerra, así que nos fuimos a informarnos un poco
más de la historia.
Regresamos
a Honolulu para comer algo y después nos pusimos rumbo a uno de los lugares
que, para mí, tiene la isla: Waimea Valley. Llegamos a una hora y media del
cierre y, para no pasar demasiado tiempo andando, tomamos el bus turístico que
te lleva hasta el final del recorrido donde puedes ver la cascada de Waimea.
Una vez allí nos regresamos a pie viendo las distintas plantas del valle. Como
he dicho es un lugar precioso pero sí recuerdo que me impresionó mucho más en
mi anterior visita. Y es que aquella vez era el mes de junio en vez de abril y
el valle estaba en pleno esplendor con todas las plantas florecidas. Lo que
seguía por allí son los infinitos animales en libertad y que nos tuvieron como
unos 20 minutos embobados mirando para todas las especies que podíamos.
Tras
la visita a Waimea, pasamos por Mokuleia, Capital del Surf, y después nos
fuimos a devolver el coche y al aeropuerto. Se habían acabado las vacaciones en
el paraíso. Quedaba esperar a que dieran las 10:35 de la noche para montar en
el avión e ir a Las Vegas, NV para nuestro siguiente vuelo.
Llegamos a Las Vegas el domingo a las siete
de la mañana y nos fuimos a ver si había algún hotel que nos pudiese dar una
habitación antes de la hora real del check-in. Estábamos bastante cansados y lo
único que queríamos era dormir para, al día siguiente, poder ir al trabajo un
poco descansados. Finalmente, y tras entrar en dos moteles, conseguimos una
habitación en el hotel Hooters y pudimos descansar hasta la hora de la comida,
momento en que aprovechamos para ir a comer una hamburguesa y echarnos unas
cervezas en el propio hotel.
Después de la comida nos fuimos a dar un pequeño
paseo por Las Vegas Boulevard y nos regresamos a seguir descansando en el
hotel. Estar una semana completa en Hawai’i es muy cansado.
La peor parte, que nos retrasaron el vuelo a
Albuquerque unas tres horas, menos mal que nos avisaron por mensaje de texto y
no tuvimos que esperar en el aeropuerto y pudimos seguir descansando en el
hotel. El caso es que en vez de
llegar a Albuquerque a las doce de la noche acabamos llegando a casa a las
cuatro de la mañana. Al día siguiente, lunes, Saraí fue a trabajar a la hora de
siempre y yo, como aún me quedaba un día libre para tomar, decidí quedarme en
casa medio día y aprovechar para seguir durmiendo. Además, la parte buena de tomarse
la primera parte del día libre en mi caso es que me libro de las clases más
pesadas del día.
Ahora ya sólo nos quedaba volver a
acostumbrarnos a la vida de trabajo en Santa Fe… Bueno, eso, e intentar
deshacerse de todas las cosas acumuladas durante tres años en New Mexico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario