Comenzaba el Thanksgiving y el plan se dirigía, al igual que el año pasado, hacia LA. Claro, esta vez para hacer algo diferente.
Este año el plan consistía en hacer la Route 66, lo que se pudiese, y reunirme en Los Ángeles con Saraí y con Santiago.
Al igual que con el viaje a Denver, quise volver a arriesgarme e ir con mi Suburban a ver si conseguía volver a sorprenderme y no dar ningún problema mecánico, y realmente volvió a sorprenderme pues no se quejó en ningún momento del viaje y eso que la hice caminar por caminos de tierra, entre la nieve y por el medio del desierto… Cada día estoy más convencido de que ha sido una gran compra.
Mis vacaciones empezaron el martes 23 a la una de la tarde porque decidimos dejar salir a los alumnos a esa hora en vez de a las cuatro de la tarde por si tenían que desplazarse a algún sitio.
Mi plan era conducir por la I-40 hasta la entrada a Arizona y, una vez en Arizona empezar a salir por las carreteritas de la Route 66. Así lo hice, nada más poner el pie en Arizona decidí salir en la primera salida y comprobar las carreteras de tierra que forman la Route 66.
Esta ruta me llevó por carreteras paralelas a la I-40 que pasaban por pequeños pueblos, algunos de ellos ya inexistentes, que solían estar no muy lejos de las vías del tren. Algunos de ellos se perdían en carreteras que ya no estaban ni siquiera en manos del estado de Arizona, los carteles así lo indicaban.
Así fui trazando mi ruta poco a poco, a veces llegando a lugares en los que la carretera estaba cortada y en donde solo me quedaba regresar por mis propios pasos hasta la I-40.
Continué entrando y saliendo de caminos, pistas de tierra y carreteras con asfaltos pobres hasta que la noche cayó bien cerrada y entonces decidí que la Route 66 no merece la pena si no puedes ver los paisajes que la rodean, así que puse rumbo a Flagstaff y allí decidí buscar un motel en el que quedarme para al día siguiente seguir con la ruta.
Al día siguiente empecé visitando un poco de Flagstaff, ya conocía un poco del downtown del viaje que había hecho con mis padres en verano, y continué mi ruta hacia California.
Empecé a meterme por pista de tierra que a cada paso se hacían más y más feas, pero conduciendo por esas carreteruchas me encontré vistas bien bonitas, nieve en la carretera, fotografías curiosas, carreteras cortadas… En fin, mereció la pena.
Continué pasando por diversos pueblos, sino fantasmas, con muy pocos habitantes, hasta que llegué a Kingman, pueblo en el que había estado recientemente en mi camino hacia el Grand Canyon West y también con mis padres. Así que me decidí a entrar para sacarle una foto al cartel de bienvenida y atravesar el pueblo para seguir, ahora ya por la I-40, hasta la entrada a California para poder ver algo del desierto de California antes de que se hiciese de noche.
Al entrar en California la Route 66 se separa bastante de la I-40, algo que me animó más todavía a seguir mi camino a través de la ruta, y pasa por pueblos, por llamarle de alguna forma, como Essex, Cadiz, Amboy o Ludlow. Lugares pequeños con alguna que otra casa y algún que otro habitante, que tienen dos encantos fundamentales: alguna que otra construcción antigua que data de la época en que la Route 66 estaba en auge y, lo más impresionante, que están en medio del desierto, con todo lo bonito que eso puede llegar a ser. Claro, puede llegar a ser durante un par de días, vivir allí toda la vida creo que puede llegar a ser un poco desesperante.
En mi camino por la Route 66 encontré un cartel que me llamó mucho la atención y es que a no más de una hora y media de allí se encontraba el Joshua Tree National Park, un lugar que no sé si merecerá la pena visitar pero que, solo por el nombre ya me llamaba. Pero esa visita tendrá que quedar para otra ocasión porque mi destino final era LA y allí ya me estaban esperando Saraí y Santiago para conocer un poco más de la ciudad.
Al llegar a Ludlow me volví a incorporar a la I-40 y, como ya había anochecido, decidí dejar la Route 66 para llegar cuanto antes a Whittier a descansar antes de ir a visitar algo de LA en la noche.
Después de desembarcar en un hotel de Whittier nos fuimos Saraí y yo a conocer el Paseo de las Estrellas en Hollywood, un sitio en el que yo ya había estado pero al que nunca está de más volver para seguir viendo. Además, de esta vez hice algo nuevo, entrar en un Hooters a comer una hamburguesa :)
Después del Paseo de las Estrellas pretendíamos ir a Rodeo Drive para ver las tiendas de la película Pretty Woman pero busqué en internet Rodeo Road y nunca llegué a ver la calle… bueno, tendría que esperar al día siguiente.
Nos regresamos al hotel y al día siguiente nos tocó acabar la Ruta 66 y llegar al Pier de Santa Mónica. Después de la visita obligada al cartel de “End of Route 66” y pasear un poco por el muelle de madera nos fuimos a ver la calle de las tiendas de Santa Mónica.
Al regresar a LA nos fuimos a visitar Rodeo Drive, esta vez sí, y a darnos un paseo por las montañas de Beverly Hills para ver todas las casonas y toda el lujo que se respira por esa zona. Finalmente regresamos al hotel para descansar y estar preparados para lo que nos quedaba al día siguiente.
El día siguiente nos fuimos directamente a Disneyland a disfrutar de un mundo de fantasía y evadirse un poco del mundanal ruido :)
Entramos en la atracción de Pinocho, nos dimos una vuelta por el loco mundo de Alicia en el País de las Maravillas, visitamos el mundo de Mickey Mouse, nos dimos una vuelta por la época de los piratas, nos montamos en el tren que rodea todo el perímetro del parque, nos montamos en unos troncos para ver el mundo de Piratas del Caribe (no os perdáis esta atracción si váis), nos montamos en una montaña rusa (qué subidón de adrenalian) y finalmente nos quedamos a ver los fuegos artificiales de las ocho de la noche… dignos de ser vistos.
Ah, y no me podía olvidar, nos sacamos las obligatorias fotos con el castillo de Disney a nuestras espaldas. Por cierto, el castillo en el día es muy decepcionante por lo chiquito que es… no sé, yo iba con la idea de ver algo un poco más grande e impresionante… eso sí, en la noche la vista cambia totalmente con la iluminación que tiene.
Al día siguiente ya tocaba regresar a Santa Fe. Un viaje de unas 12 horas que íbamos a hacer del tirón. Pero claro, por si 12 horas no fuesen suficientes, decidimos alargar el viaje en tres horas más y desviarnos a ver el Grand Canyon antes de llegar a Santa Fe.
Del Grand Canyon sólo puedo comentar que, al igual que las otras dos veces que lo visité, estaba IMPRESIONANTE y de esta vez llegué a ver una parte que me había saltado de la vez que había ido con mis padres. Visitar el Grand Canyon siempre es una buena idea, aunque eso suponga llegar a dormir a Santa Fe a las doce de la noche en vez de a las 9 de la noche.
En resumen, otro gran viaje con un montón de millas recorridas, muchas cosas vistas, un montón de fotos en la cámara y millones de imágenes retenidas en la retina que me permiten seguir impresionado con este gran país.
Los números de este viaje: 2150 millas recorridas y 135 galones de gasolina gastados.
El siguiente viaje ya está planeado. Sólo falta que lleguen las vacaciones de Navidades…